En cuanto descolgué el auricular del teléfono público cerré los ojos. El largo pasillo del hospital parecía casi pacífico sin el bullicio de toda esa gente alrededor. Hacía tan solo una hora todo parecía una locura; todos querían saber, ver y, sobre todo, demostrar su cariño y respeto al abuelo.

Todo ello debe sonar algo perfectamente normal o aceptable, pero para mí era un completo teatro orquestado. La mayoría de ellos le consideraban gruñón, hostil y hasta antipático; sin embargo, nadie en el vecindario osaría hacer una grosería a la gran familia de papá.
El tono de llamada viajó a través de mi oído, enviando un estremecimiento al nervio a lo largo de mi columna. Sentí como la piel se me erizaba, consciente de cada partícula de aire alrededor.
Sabía que debía tranquilizarme, pero una parte de mí seguía molesta por aquella reacción. Recordé lo furiosa que me había sentido al saber que ellos habían estado en contacto. Solo ellos, dejándome a mí fuera. Lo podía esperar de mamá y papá, pero mantenerme al margen al mí… Aquello no tenía razón de ser, no podía ni siquiera encontrar una palabra para definir lo que habían hecho. No podía darle un nombre, porque no lo tenía.
Al sonar de nuevo el teléfono el recuerdo de enfado se borró y solo quedó la expectación y el anhelo. Le había echado tanto de menos...
Nadie parecía entenderlo. Los meses posteriores a esa estúpida noche en la que él se fue había tanto resentimiento y enfado que nadie notó como una parte de mí también se había ido. Solo había quedado el cascaron que año tras año se iba amoldando a las expectativas de todos; me convertí en lo que todos querían que fuese, deseando borrar la tristeza en los ojos de mamá y la desolación y decepción en los ojos del abuelo. Comprendí demasiado tarde que aquello había sido en vano.
—¿Diga? — respondió una voz al otro lado de la línea. Era ligeramente ronca y con un matiz de aire juvenil. A pesar de ser probablemente su voz, en mi interior aquel sonido masculino fue descartado.
Él no era Giovanni ¿Todavía podía reconocer esa otra parte de mí, no?
—Yo... disculpe, llamamos del Hospital San Paul, el señor Carlo Monetti se encuentra internado en el área de terapia intensiva, nos han pedido informarle a su nieto sobre su...condición. ¿Es-es usted? — mi voz se había ido apagando poco a poco.
Hice una mueca al sentir el sudor en mis manos. Miré de nuevo hacia el pasillo, deteniendo mis ojos en la esquina que daba hacia la habitación del abuelo.
¡Tenía miedo por él, pero también tenía tantas preguntas!
¿Desde cuándo lo sabía? ¿Conocía como había vivido él todos estos años?
—Nueve años — murmuré sin darme cuenta.
— ¿Disculpe? — preguntó la voz al otro lado.
Parpadeé varias veces intentando centrarme. Ya no era la niña que había llorado por la pérdida de una parte de sí misma; esto no era por mí o por él, era por el abuelo.
—Lo siento, ¿es usted Giovanni Monetti? — pregunté finalmente.
—No — contestó la voz con seguridad.
Mis ojos se llenaron de odiosas lágrimas que los párpados luchaban por no derramar. Era demasiado para mí, el miedo, la expectación, si el abuelo moría, yo… yo me quedaría sola.
Tragué el nudo insoportable de mi garganta y asentí como si la persona del teléfono pudiera verme.
—Él estará aquí hasta mañana, estamos por cerrar el estudio…pero puedo tomar su recado—, siguió el hombre en tono amable. Asentí otra vez aunque nadie notó el movimiento.
—Gracias, se lo agradecería—, respondí apresuradamente.
—¿Con quién se debería comunicar? —, preguntó mientras se escuchaba el sonido de movimiento al otro lado de la línea.
Mi espalda se tensó, sentía la lengua pesada. ¿Y si él ya no quería saber nada de nosotros?, ¿De mí?
—Llamamos del hospital San Paul—, dije mientras negaba con la cabeza y colgaba en un solo movimiento.
Miré el teléfono y baje la mirada sintiéndome estúpida e infantil.
—Cassandra— la voz de mamá sonó distante, como si yo estuviera aún muy lejos de ella a pesar de los cortos pasos que nos separaban. Levanté la mirada para observar su rostro enmarcado por el cabello oscuro que estaba peinado hacia atrás, casi idéntico al mío que llegaba justo por debajo de mis hombros. Lo llevé hacia atrás con un movimiento de mano mientras miraba el rostro de papá, tan serio que parecería casi indiferente de no ser por las líneas de preocupación que surcaban su frente. Después de todo, el que estaba en la habitación siguiente era su padre.
—Es hora de irnos —, siguió mamá, lo que provocó una mueca por mi parte. Habíamos discutido ya el quedarme esta noche con el abuelo; ella consideraba que el hospital tenía el servicio para que todos pudiéramos descansar un poco, claro que el pensamiento de que el dinero podía comprar una buena atención era de papá, no de ella.
Asentí sin ánimo de decir nada más y caminé hasta llegar a la habitación del abuelo. Él me sonrió y yo traté de corresponderle; era tan difícil empatar a la figura fuerte que me había sostenido todos estos años con el hombre débil y mayor en la cama…
—Descansa, papá —, murmuró mi padre a mis espaldas. El abuelo asintió, mirándome a los ojos mientras me acercaba.
—Buenas noches, Cassi —, susurró con voz apenas audible mientras yo besaba su frente.
—Todo estará bien— le dije. Deseé que esa fuera mi primera mentira creíble en años, y mientras él cerraba los ojos en una mueca que intentaba ser una sonrisa.
—Sí, todo estará bien.
 —Cassandra —, llamó mi madre justo cuando me prestaba a subir las escaleras. Por un instante sospesé la idea de fingir que no la había oído y seguir de largo, sin embargo, oí la puerta principal cerrarse y supe que no tendría una oportunidad. Con papá presente cualquier desaire se convertiría en algo aún peor. Gio seguramente hubiese optado por subir corriendo las escaleras, darse una ducha de agua caliente y encerrarse  en su cuarto.
A diferencia de mí, que era una cobarde de primera, mi gemelo siempre había tenido un carácter independiente y temerario. Desgraciadamente, uno no escoge qué heredar.
—Cassie, tu madre te está hablando. Respóndele —su voz fue cordial, calmada y casi débil, esto último por el obvio cansancio que debía sentir y que, en realidad, lo sentíamos todos. Habíamos pasado más de siete horas diarias en el hospital esta última semana. No obstante, por muy amable que fuera su petición, en sus palabras nunca había indicios de transigencia; no se trataba de una sugerencia, sino una orden.
—Lo siento, estaba distraída pensando en el abuelo —, mentí a medias girándome hacia ellos, mas al instante sentí remordimiento por mi falta; sin embargo, fui atrevida y me negué a perder la esperanza de que ellos no observasen en mi rostro los signos de una mentira mal fundada.
En ocasiones, no saber mentir podía transformar la cosa más pequeña en el peor de los desastres. Cerré los ojos un segundo, sintiéndome el peor de los pinochos, mientras oía a papá suspirar cansado, probablemente ya irritado por mi falta de atención. O tal vez, mi egoísmo era demasiado y papá ni siquiera se encontraba así por causa mía. Después de todo, el abuelo tenía prácticamente los días contados, y aquel era motivo suficiente para mantener a mi padre en estado crítico, ¡como si no lo estuviera el resto del tiempo!
—Procura descansar —me aconsejó él, con tono conciliador.
Abrí los ojos, sólo para ver como su cabello cano, fino y mayormente alojado en la zona de sus patillas parecía ser tragado por la piel de su cuero cabelludo. Aquello me recordó que el tiempo no era piadoso con nadie, no en vano habían pasado ya nueve años desde que mi gemelo abandonó nuestra familia, como nos obligaba a decir papá. Para él, Gio no era más que un ingrato, un vago que le había dado la espalda a la familia en busca de algo que jamás le traería regalías, el arte.
—Procura no dormir en el cuarto de Gio hoy —, comenzó mamá, mientras su pie izquierdo iniciaba ese molesto -y a estas alturas conocido- sonido sobre el piso de parquet, mandando a la basura las tres horas que había invertido Clara en dejarlo como un espejo—.He mandado limpiarlo hoy a la tarde, mientras aún estábamos en la clínica—, soltó con un tono rebosante de orgullo, como si su actitud fuese merecedora de un galardón de oro. ¡La madre del año!
—Supongo que él agradecerá encontrarlo desocupado cuando regrese.
 Tenía que darle crédito; en todos estos años yo me había apoderado de su cuarto y no lo había transformado en mío, todo lo contrario, había mantenido todo en su lugar, como si al mover algo se perdiese su esencia. Solo pasaba las noches en él, supongo que esa era mi manera de sentirle cerca.
—No sabemos si regresará —. La frase escapó de mis labios sin siquiera permitirme cavilarla, o por lo menos ser capaz de pulirla. Me sentía bien siendo honesta de vez en cuanto. Saboreé en mi paladar la efímera sensación de libertad, sólo para ser reemplazaba por el pesar que simbolizaban mis dichos.
Realmente no teníamos ni idea de si Gio vendría, probablemente no… ¡Por supuesto que no! Habían pasado casi diez años, ¿por qué debería volver? Seguro que se ha olvidado de nosotros… de su familia.
—Lo hará, se trata de su abuelo.                
—Sí, al parecer es lo único que parece importaros a ti y a papá, el abuelo.
— ¿Cassie, de qué estás hablando?— esta vez fue papá quien alzó la voz mientras una expresión perpleja comenzó a teñir de blanco su rostro. Reprimí el deseo de rodar los ojos, ante todo era mi padre y le debía respeto.
—Olvídalo, estoy cansada y necesito dormir. —les regalé mi mejor sonrisa, esperando que mamá asintiese con la cabeza para subir en dirección a mi cuarto. Lo hizo, pero en cuanto hice ademán de girarme la fría mano de papá me agarró por el codo. No apretó fuerte, pero todos en esa sala éramos conscientes de que tendríamos que estar locos para desobedecer a papá. Ni siquiera mamá lo hacía, y de hecho sólo una persona lo había hecho…
Lentamente sus dedos fueron soltando el agarre y me giré esperando una dura reprimenda, sólo para encontrarme con que no era él quien me había detenido, sino mi madre.
—No. Tú has insinuado algo y quiero que lo aclares. —Papá inhaló profundamente, probablemente pensando en cómo saltarse una clásica discusión familiar, tan común y poco apetecible… ¡Como todo en la vida!
—Cassie está cansada, mujer.— finalmente nos interrumpió. Ipso facto, llevó una mano a su rostro con evidente frustración, en parte intentando salvarme y también por hartarse de la actitud ofendida tan frecuente en el rostro de mamá— Todos lo estamos. — se corrigió a si mismo mientras tomaba a mamá de la cintura y la encaminaba hacia la habitación de ambos, impidiendo que ella o yo articulásemos una futura réplica.
Si Giovanni había sido la antítesis de papá, yo era la niña de sus ojos. A estas alturas me parecía irónico ser capaz de odiar a quien tanto me amaba.
Por un momento permanecí inmóvil, tal y como había quedado al llegar a casa, un pie en el suelo de madera y otro en el primer escalón. Mi mano sujetaba impávidamente el barandal mientras observaba a mi padre y a mi madre avanzar en dirección opuesta a la mía, y fue imposible no reconocer lo buenos actores que eran. Durante muchos años habían estado fingiendo perfección, simulando ser el matrimonio perfecto, y de paso convirtiéndome en un títere más de su montaje.
Era increíble como el paso de los años podía marchitar a la más roja de las rosas. Si fuera más hipócrita diría que la metáfora no se aplicaba a mí, sino a cualquier otra persona, pero no podía negar ni lo que sentía ni la irreconocible imagen que me devolvía a diario el espejo. Yo había perdido a mi mitad, a mi hermano, y el paso del tiempo no había hecho nada ni para devolvérmelo ni para mantener viva su memoria.
Sin importar lo que mamá fuera a pensar al día siguiente me acurruqué bajo las colchas de su cama. Ya no tenía a mi cómplice, ya no podría cortarme el pelo y ser confundida con él, probablemente ni siquiera tendría oportunidad de volver a verle. Sin embargo, había algo que tendría siempre: su recuerdo, vivo en mí.
Al menos así había llegado a una conclusión: No podía perderme a mí misma, porque de ese modo terminaría por perderle para siempre.
No sé en qué momento me quedé dormida, pero no fue algo difícil, no en esa cama… Al menos, no como en la mía. Incluso hoy era incapaz de dormir ahí sin ser presa de las tormentosas pesadillas, protagonizadas todas ellas por mi gemelo.
En el mundo de los sueños Giovanni nunca sonreía. Sus facciones habían dejado atrás al niño de antaño y esa picarona chispa verde siempre impresa en sus pupilas había dado paso a una expresión fría y dura. Miedo, seco y cruel, se coló por mis entrañas, descubriendo en mi propio cuerpo una barrera antes invisible entre mi hermano y yo. Intenté encontrar en él algún resquicio del chico que conocí, alguna huella de mí en él… después de todo, no en vano éramos gemelos.
—Aléjate. —pidió rompiendo el silencio, y todo mi cuerpo tembló. El timbre de su voz se convirtió en dulce sinfonía al perderse en la habitación, varonil, amable, adulta… era sin duda la voz de un hombre. Esta vez fui perfectamente consciente de la punzada de ansiedad que barrió el pobre atisbo de indiferencia que había conseguido resguardar en mi pecho. Giovanni ya era un hombre.

 Liss







Deje su e-mail si desea recibir los capítulos de Lazos de sangre en el correo: