Disclaimer:Pido seriedad y respeto, la mayor parte de esta historia está basado en personajes reales.


Tres meses después del «episodio del pozo», mamá se dio cuenta de que no podía seguir con ella. Se las ingenió para enviarme a vivir con su hermana y ella se quedó viviendo sola con Leo, el papá de mi hermana.
Y así fue como llegué a San José un pueblito ubicado al sur de Yajáin, era pequeño, con no más de cinco mil habitantes. Al igual que el campo, la mayor parte de sus pueblerinos se conocía entre ellos, pero hasta ahí llegaba el parecido.
La casa de mi tía era pequeña, ni por asomo como el palacio donde vivía el Tata y la Mamita. Pero un subsidio básico era cien veces mejor que el campo. Las murallas de vulcanita eran un sueño si lo comparaba con el adobe. Además ¡tenía baño!, era pequeño y no tenía tina. También contaba con dos habitaciones, la de mi tía y su esposo, el tío Ernesto, y la otra «destinada a las muchachas».
Éramos dos por cama. Cata dormía con Lilianne porque eran hermanas, en cambio a mí me tocaba dormir con Evelyn ya que ambas éramos guachas. Bueno, esa fue la respuesta que nos dio el tío Ernesto.
Al principio todo era genial, antes de dormir hacíamos guerra, básicamente consistía en saltar sobre la que se acostaba primero y la molíamos.
Era entretenido, hasta que una noche Lilianne, que era la menor de nosotras, porque apenas tenía cuatro, se asustó porque la estábamos ahogando y empezó a llorar. Eso hizo que mi tía Esmeralda se levantara a retarnos y se llevara a la Lili a dormir con ella.
Después de eso nos sentimos un poco mal y decidimos no volver a jugar a la guerra.
A medida que pasaban los días, más molestos se volvían mis tíos, me retaban por todo, bueno a la Evelyn también. Además, hacían cosas de grande y como las paredes eran delgadas se escuchaba todo. En todo caso yo ya sabía lo que significaba el sexo, lo había aprendido a los siete, cuando todavía vivía donde la mamita, ella me había enseñado todo lo que a mi mamá no le gustaba hablar, incluido lo que era el período, que aún no me llegaba, pero era bueno estar el corriente para no asustarme.
De repente, comencé a extrañar todo, desde perseguir liebres hasta robar maíz.
Una noche, la Cata se levantó a espiar a sus papás, volvió corriendo a nuestra pieza y nos contó lo que estaban haciendo. Igual, yo ya sabía, se escuchaban sus quejidos desde lejos. Incluso hoy son difíciles de olvidar.
A veces, me obligaba a jugar al papá y a la mamá. No me gustaba porque me dejaba toda la boca con saliva y un sabor malo, pero había amenazado con acusarme con su papá de espiarlos en la noche cuando hacían cosas de grandes él y la tía Esmeralda.
Una mañana, mientras esperaba que la cacerola hirviera para poder lavarme, me encontré con mi tío. Ernesto, era un hombre rechoncho  con la cara roja. Siempre sudaba. Lucía unas ojeras moradas enormes que me hacían pensar en un hipopótamo mientras que lo veía rascarse la pansa sin dejar de mirarme.
Abrió la boca para explicar porqué estaba ahí, pero una sonrisa repugnante tomó lugar en su boca.
—Está grande sobrina —dijo él, sus ojos redondos repasaron todo mi flaco cuerpo— ¿Ya le crecieron las tetitas?
La forma en que lo preguntó, el tonó que empleó, hizo que todos los vellos de mi piel se erizaran.
Me acerqué a la cocina para apagar el fuego y salir rápido de ahí, pero él se adelantó y me arrebató la cacerola.
—Quédese tranquila. No pasa nada, ¿no ve que la reviso para ver que tan grande está usted?
Su mano áspera y mojada me rozó la piel de la boca, tenía un olor asqueroso, peor que su aliento.
—¿Por qué está tan bonita? —me susurró en el oído, tenía el aliento caliente mientras hablaba. Me dieron ganas de vomitar y hacer pis.
Él me tocó un poco más, la cara, el cuello, mis pechos. Aunque estaba plana, no tenía esas «tetitas» que el tanto se empeñaba en manosear. Después de aquella mañana, no me dejó en paz hasta que dejé esa casa.
A veces, cuando llegaba ebrio, era aún peor. Ni siquiera le importaba que estuviera mi tía y me viera, él me tocaba entremedio de las piernas sin tapujos ni disimulos, manoseaba mis partes íntimas y decía toda clase de obscenidades.
Decía que «mi coñito» era bonito, pero que se pondría feo cuando creciera.
Una vez lo mordí y me pegó con la correa. Mi tía no hizo nada…
Cuando salían con mi tía a comprar mercaderías, nos dejaban encerrada a Evelyn y a mí en la casa, con la luz cortada y bajo llave. Para cuando llegaban, a escondidas de mi tía, él nos mostraba a las dos unos yogures.
¡Se nos hacía agua la boca!
Decía que si queríamos comer teníamos que dejar que nos tocara. Yo era más fuerte y me negaba, supongo que se debía a la vida de campo, pero  Evelyn era débil y se dejaba. No la culpo, el hambre puede hacer cosas horribles en uno.
En una ocasión, mientras la tocaba llegó aún más lejos. ¡Más lejos que nunca!
Me golpeó el rostro cuando me puse a llorar y agarró mi pelo con su puño para obligarme a mirar cómo le quitaba la falda y le abría sus piernas,  pero después me encerró en su pieza para que no pudiera ver más allá.
Pero no fue suficiente, porque yo escuché cada uno de sus gritos, Evelyn sólo tenía siete años.
Ahora sé que lo que mi tío hacía se paga con cárcel, no me violó y eso me hizo sentirme agradecida. Tuve suerte, supongo.
Evelyn era hija del hermano de mi tío Ernesto, pero no me sorprendía que no le importara, total era capaz de hacerle lo mismo a su hija menor.
Incluso hoy, Lily tiene una especie de enamoramiento enfermizo con su papá, es tan asqueroso que podría vomitar si no recordara que ella está enferma de la cabeza. Años más tarde —muchos más—, tuvo un bebé, nunca dijo quién era el padre, pero supongo que no hacía falta.
La gente del sur es así, cegada sin ley,  sólo obedeciendo a las leyes propias de la naturaleza.
Tiempo después, mi tío cayó preso por violaran a una niñita, era hija de su vecina, para ese entonces yo ya estaba en un hogar de beneficencia. Supongo que eso es lo que algunos llaman justicia divina.
Yo lo considero efecto retardado, la cárcel no devuelve las lágrimas, ni la confianza, la cárcel no devuelve la inocencia.
Llegué al hogar gracias a la mamita, era una de esas escazas ocasiones en que mamá dejaba el campo para ir a verme,  habíamos viajado juntas a Yajáin. En realidad, ni siquiera era así. Mamá había puesto una cuenta a nombre mío, una libreta de ahorro  donde depositaban las asignaciones familiares.
Para colmo, estaba enojadísima ya que no le habían permitido sacar el dinero ahorrado ya que debía hacerlo cuando yo fuera mayor de catorce.
Estábamos en la entrada del banco cuando la mamita nos vio, no sé cuál habrá sido mi aspecto, supongo que daba lástima, mi vestido de lana ya estaba jetón y lleno de hoyos. Añadamos que yo estaba bastante delgada, supongo que valía la pena pasar hambre, antes que dejar que el tío Ernesto me pusiera sus manos gordas y asquerosas encima.
Prefería quedar con un ojo morado antes que aguantar su cuerpo mal oliente, el caso es que la mamita le ofreció a mamá la opción del hogar.
Un mes después, me inscribieron en El Hogar rural de la niña campesina, un sitio de beneficencia ubicado en plena ciudad que abría sus puertas a niñas del campo ofreciéndoles abrigo, un techo y comida.
¿Qué más podría pedir?
Llegué al hogar con una cicatriz en mi cara que me llevó años borrar, pero no importaba, yo estaba feliz porque  por primera vez en mucho tiempo tenía una cama para mí sola.

Muchas gracias por la ayuda al escoger los nombres. En el próximo capítulo se nos suman muchos personajes nuevos, así que los que quedaron fuera se agregarán en el siguiente. Agradezco la seriedad con la que están llevando este tema y el apoyo que le han dado a la novela.
De antemano, muchas gracias por visitar este sitio y comentar.
ATTE, LISS.