Respetar al contrario


La lógica del mundo era algo bastante interesante, condenadamente injusta, pero no por eso menos atrayente. A menudo oía a personas comentar que la guerra contra Irak estaba mal, pero no se lo pensaban dos veces antes de mirar con horror a un turco. Por favor, ¡un turco!, como si cada ser humano con turbante en la cabeza fuese un discípulo de Osama y perteneciese a la red Al Qaeda.
De acuerdo, puede que se parecieran un poco; el color de piel, la ropa fuera de los cánones que dictaba la moda, tenía una mirada no menos que sombría… Vale, se parecían un montón. De modo que, si no fuera porque conocía a Taner desde hace meses, también me hubiera puesto un poquitito nerviosa…
Pero jamás lo hubiera mirado como si fuese a sacar una granada de su boca de un momento a otro. Eso nunca.
—¡Annie! —Por regla general mis clientes no sabían mi nombre… Y quienes lo sabían hacían bastante bien la labor de fingir ignorancia. Taner en cambio no parecía tener problemas en repetirlo tanto como su garganta se lo permitiese.
—¿Qué vas a pedir hoy? —, como saludo dejaba mucho que desear, pero era el primer Domingo del mes, lo que en mi mundo significaba cero vida social, un lujo que no me podía permitir dado que me estarían supervisando.
Él tendría que saber entenderme.
—Lo de siempre —señaló él, con sus delgados dedos acercando una hamburguesa imaginaría hasta su boca y luego dando un enorme mordisco al aire. Taner poseía un mediocre manejo del español, su acento era tan espeso como la harina tostada disuelta sobre leche. Generalmente arrastraba las palabras digamos… de manera excesiva y de vez en cuando no se resistía a la tentación de cargar la voz en la última sílaba.
Me parecía gracioso, aunque pensándolo bien no era realmente su acento lo que me producía gracia sino su rostro… Dicho así sonaba un poco cruel, pero ¿qué podía hacer? Taner siempre me había recordado a Calamardo de Bob Esponja. Negarlo no lo haría más guapo.
Apunté su pedido en mi pequeño block de notas e intenté alejar la imagen de cierto personaje de caricaturas, mientras le anunciaba su orden en voz alta.
—Una súper copa será entonces.
Taner asintió, mientras yo hacía otro enorme esfuerzo para mantener mi boca cerrada, era más difícil de lo que parecía. Aunque esta vez no fue porque intentaba aguantar la risa sino por la actitud de terceros. El asunto era que las miradas clavadas sobre mi amigo me estaban poniendo incómoda, tal vez él no fuera aún consiente, pero yo lo consideraba un amigo, de esos a los que no les ventilas tu intimidad ni deseas conocer la suya, tampoco sabes su número telefónico y ya que estamos, menos aún los saludarías de beso en la cara, pero ciertamente estarías más que depuesta a servirle una hamburguesa de queso caliente y una coca cola cada miércoles, y lo más importante, sin perder nunca la sonrisa de la boca.
—Súper copa —avisé en cuanto llegué a la cocina, mientras otras dos camareras —al igual que yo— aprovechaban para rehacerse la trenza y alisar la falda del uniforme.
Habían pasado dos semanas ya desde mi malograda noche, pero los signos de la resaca se negaban a abandonarme. Tenía ojeras por doquier y los ojos tan irritados como si me hubieran roto el corazón la noche anterior.
Que Jeff trabajara conmigo no ayudaba mucho.
—¿Algo más? —me preguntó él, quien debo recalcar que aun con espátula en mano y una enorme mancha de grasa en su delantal blanco, era el tipo de chico que esperarías ver en las gigantografías de la avenida principal o los paraderos del autobús en lugar de una cocina. Cada vez que miraba sus ojos verde agua puestos estratégicamente en ese rostro albino mi corazón parecía estar peligrosamente cerca de caer al precipicio. De igual manera, su sonrisa hacía imposible imaginarlo como alguien que estudiaba medicina veterinaria, de ahí que trabajara sólo en horario vespertino. No había exagerado al comprarlo con el hijo de Zeus, Jeff realmente parecía un semidiós.
—No —me apresuré en responder no pensando para nada en mis palabras, y fingí que no veía al resto de las camareras poner sus ojos en blanco al verme platicar con Jeff cuando se suponía debía estar trabajando. Hoy era día de supervisión, nos evaluarían desde el trato al cliente hasta la presentación personal, de ahí la insistencia de mis compañeras en lucir arregladas… O tal vez se debiera a Jeff, supongo que ninguna de las dos opciones me sorprendía.
No era la primera vez que hablábamos desde lo ocurrido, había sido un incidente más que lamentable y era cien por ciento culpa mía, que él fingiera no recordarlo era algo que jamás le terminaría de agradecer.
Mientras lo observaba, no pude dejar de pensar en lo cercano que se sentía… por imposible que eso fuera, la cocina y el corredor en dónde me encontraba esperando por la orden, parecían no estar separados en absoluto. Sólo una fina capa de vidrio me separaba de Jeff, una ventanilla bastante pobre en comparación a lo que nos distanciaba en la vida real: Diana.
—¿Segura? —enarcó una ceja.
Debido a la sonrisa que exhibía todavía en su boca, decidí que me arriesgaría un poco… sólo un poco, entonces procedí a hablar:
—Está bien, tal vez podrías hacer tu buena obra del día y darle a mi cliente una cantidad extra de queso—, él alzó ahora ambas cejas, reemplazando su incredulidad anterior por interés genuino—, presiento que lo necesitará—, añadí cuando no las bajó.
—Por casualidad, ¿se trata de quien creo?
—Ajá —Dejó escapar un silbido.
—Pobre tipo, en serio… No entiendo porqué sigue viniendo —¿Por qué no vas y le preguntas?
—Debe ser por tu hamburguesa, en serio no está tan mal.
—Claro y yo seré el próximo Ray Kroc.
Para nadie era un secreto que los gustos de Taner eran bastante extraños, es decir… ¿Qué hace un turco comiendo comida chatarra?, sería algo así como ver a un judío comiendo cerdo… o quizás no, al cabo que no era mi jodido problema.
Al otro lado de la ventana dramáticamente empañada por los humos de la cocina, observé el reflejo de Stephanie Miller. Triste, lo sé. Mi verdadero nombre no era Annie sino Stephanie, no era el diminutivo que se esperaría y casi todo el personal lo sabía, pero dado que Stephanie era el nombre de la tipa por quien me había cambiado mi ex, concluí que necesitaba con urgencia un cambio de identidad.
Nadie puso trabas en mi trabajo, probablemente porque el engaño sufrido había sido bastante público, de hecho el innombrable había tenido la desfachatez de llevar a su nueva Stephanie a comer al Fair Play. Cuando Jeff lo corrió a golpes, arrojarme a sus brazos y llorar en su pecho fue un acto involuntario… Al menos eso me repetía hasta el día de hoy.
Todavía me parecía absurdo que él no hubiera descubierto mis sentimientos en esa ocasión.
—Quien sabe —le dije, tal vez demasiado fríamente, antes de encogerme de hombros. Después me di cuenta que había sido un poco sobre actuado, pero para ese entonces ya me había dado una vuelta de noventa grados y planeaba unirme al grupo de espera.
No me sorprendió cuando el resto de las camareras guardó silencio en cuanto me uní a ellas. Tampoco es como si me odiaran o algo así, hablaban de mí porque no había otro tema mejor, después de todo esto era un pub-restaurant no una jodida iglesia. Los pelambres eran tan habituales como los rezos en una catedral.
 Jeff era el comprometido más codiciado en el Fair Play, eso era un dogma tan innegable como el predecible titulo del restaurant al que debía mis ingresos mensuales.
Diez minutos más tarde la expresión turbada en la cara de Taner corroboró que pedir una ración extra de queso no había sido un abuso, los susurros en el resto de los clientes tampoco ayudaron mucho. "Si tanto les molesta ¿Por qué no se van?" Moría de ganas por gritarlo en voz alta, pero como necesitaba seguir comiendo y pagando el alquiler de la caja de zapatos donde pasaba la noche, me limité a atender al resto de la clientela con una sonrisa que si lo pensabas bien no parecía tan forzada.
Después de todo, sus buenas intenciones no serían las que suplieran las propinas al final del día y las propinas de Taner, por generosas que fueran seguían sin ser suficientes para pagar mi piso.
Tomé nota de un par de pedidos más y mira tú que novedad. Todos pedían la “súper copa” que era el equivalente a la cajita feliz de McDonald sólo que sin sorpresa, carne real, ah… Y sin cajita.
—Que sea Light por favor —Mientras anotaba la Coca-Coca light que acababa de ordenar la dama, lo que francamente era una pérdida de tiempo, dada la cantidad de chatarra que había ordenado…., no pude evitar darle un fugaz vistazo a Taner. Lucía tan cómodo como lo haría un canario en una jaula de leones.
¿No se suponía que parte de la “Atención al cliente” era justamente evitar situaciones como esta? Donde el racismo injustificado podía incluso llegar a quitarle el apetito a personas como Taner.
Dejé escapar un suspiro.
Luego de que él se fuera el tiempo se me hizo menos pesado. La siguiente hora se pasó volando mientras limpiaba mesas y, a excepción de un par de adolescentes que obviamente apenas tenía el dinero suficiente para pagar por sus helados, dudaba mucho conseguir una propina decente este día. Lo cierto era que el Fair Play se caracterizaba por una clientela específica, mayoritariamente público masculino… De ahí la monstruosidad que traía por uniforme. Aunque yo todavía guardaba serias dudas de que una minifalda de un feo azul chillón —para nada clásico, más bien del que te hace pensar en banderas y confeti— y una camiseta igual de fea pero en tono blanco invierno, pudiera ser considerada un informe.
Tenía razones de sobra para odiar mi “uniforme”, prácticamente podía ver las fantasías de los tipos a quien me tocaba atender, no es que pudiera leer mentes o algo por el estilo. Dios sabe que nada podría desear menos, pero desde que babear en exceso y jadear mientras se atiende eran algo así como un lenguaje universal, bien… Yo me encontraba bastante familiarizada con lo que esos tipos fantaseaban.
Para ser alguien que decía odiar los deportes, trabajar en un Restaurant que mantenía todas sus paredes con autógrafos de estrellas del Fútbol local e internacional y que además debía su público a la trasmisión de partidos en vivo gracias a la antena satélite instalada inicialmente el mundial pasado, no era algo que yo pudiera ostentar, pero explícale eso a mi casera.
Dinero es dinero, al final del mes el orgullo no es quien te paga el arriendo sino el maldito restaurant de comida rápida, donde si tienes suerte puedes encontrarte cara a cara con algún jugador de fútbol, o al menos esa era la mentira que utilizaba para atraer más público femenino al recinto, de otro modo parecería un club para hombres y aunque lo era, algunas cosas eran difíciles de aceptar.
Suspiré, el día no estaba ni cerca de terminar.
***
Tenía el peor de los presentimientos mientras avanzaba por el pasillo principal, por ahora lo único que podía hacer era no arrastrar los pies. Estaba determinada a pensar positivo.
Además, ¿Qué había de malo en que el Jefe me llamara a su oficina?, tal vez sencillamente quería darme las felicitaciones por un trabajo excepcional, seguro eso era, no había razón para estar nerviosa…
Claro, y de paso me daría un aumento.
Era muy consciente de que me estaba engañando a mí misma y para cuando cerré la puerta tras mi cuerpo, el pánico me golpeó como cadenas en el pecho… Y no me refería a las de oro. Todos los errores de mi obrar durante el día se colisionaron en mi cabeza, tal como cuando un rayo decide hacer acto de presencia en la tierra, no es algo habitual pero eso no lo hace ni por asomo inofensivo. En mi caso era igual, no era una persona que derrochara consciencia, pero de vez en cuando ocurría, y cuando eso pasaba…  Oh señor, dejaba huellas.
Todas y cada una de mis faltas comenzaron a hacerse visibles tras mis ojos. Mis llamadas sin permiso desde el teléfono del local —cuando eres pobre debes llamar de algún lado. No estaba dispuesta a arrojar veinte céntimos a la basura—, la forma en que trataba a los clientes que se pasaban de la raya, puede que no los golpeara directamente, pero escupir en su plato cuando nadie me veía estaba lejos de hacerme merecedora del permio al empleado del mes. Estaba bastante segura de que Jeff no me había delatado, desgraciadamente no podía decir lo mismo del resto del personal.
—Llegas tarde.
—Atendía a dos personas cuando me mandó a llamar —ni bien empecé hablar mi jefe comenzó a negar entretanto su dedo índice imitaba el movimiento de su cabeza, todo eso sumado a un extraño sonido que emitía con su lengua, similar al que se hace cuanto intentas llamar a un cachorro…
Alejé esa idea de mi mente en cuanto comenzó a formarse. Don Ezequiel no podía estar llamándome de ese modo, como a un… Ni siquiera cuando mi uniforme me hiciera parecer la mamá de uno.
—Empezamos mal, ¿Recuerdas lo que te dije cuando llegaste a solicitarme un puesto de trabajo? —Desde luego que lo recordaba, por lo tanto haber dado una excusa no era cualquier error, era mucho más que eso y yo lo sabía… Era romper la primera de las reglas en el Fair Play.
—Nunca protestes al árbitro.
—Exacto, entonces ¿Dónde estábamos?
—En que llegué tarde.
—Uh, sí, sobre eso, olvídalo, no importa, supongo que estabas ocupada atendiendo a nuestra clientela —iba a matarlo.
—¿Puedo sentarme? —le dije, mayormente porque mi espalda contra la puerta ya comenzaba a doler. No me había movido de ahí desde que llegó y aunque a diferencia de mis compañeras, no usaba tacones altos, estar siete horas de pie podía llegar a ser bastante doloroso.
—No hace falta, tienes que volver a tus labores, sólo quería ver como estabas.
—¿En serio?
—Sí, ¿Por qué? ¿Temías algo?
—No, sólo me pareció extraño…—¿Por qué no puedo simplemente morderme la lengua?
—Soy el Jefe, puedo llamarte cuando se me antoje —No necesitaba recordármelo, pero de todos modos tenía razón.
—Lo sé.
—Bien —, acomodó sus manos regordetas sobre el marchitado escritorio, como si aquella posición le añadiera fuerza a su ya de por sí, fastidiosa personalidad— Ah, lo olvidaba. Quería avisarte que instalaremos cámaras en la cocina.
Asentí procurando parecer tranquila, pero en lo que respectaba a mi estado anímico real, podía comenzar a decirle adiós a mis venganzas con la clientela…