—¿Vas a quedarte?
—No lo sé, dime tú ¿Debería?
Ella hizo sonar su lengua y suspiró, una sensación mezcla entre molestia y resentimiento le apuñalaba el pecho.
—No me mires así
—¿Así cómo? —la voz de él brotó suave y medida. No se suponía que fuera así, no debería sonar como una acusación o un rechazo, sobre todo no viniendo de esos labios, labios que conocía de memoria, en textura y gusto.
Incómoda, lo observó guardar las manos en los bolsillos de su impoluto pantalón. Era tarde y era un viernes. Perfectamente podría pedirle que se quedara a dormir, sacaría la botella de Champagne que esperaba ser abierta hacia ya varios meses, era probable que él se mantuviera serio los primeros diez minutos, incluso veinte si no tenía suerte, pero luego. Oh, sería tan fácil; tan tentador y simple, incitarle a sonreír… Preferentemente contra sus labios. Mmm… caer en el pecado, en sus brazos, en el liberador sabor de la lujuria. 
Podría hacerlo… Quería hacerlo, en lugar de eso se tragó un suspiro y respondió.
—Como si tuvieras mil cosas que hacer más importantes que yo.
Antes, cuando aún tenía miedo, se dedicaba a besarle mientras impedía que él la contradijera con alguna frase astuta, preferentemente con referencia a su relación, ahora en cambio… Bien, todavía tenía miedo, pero algo esta vez era diferente, tal vez el temor a perderlo o simplemente se había resignado a la idea de no poder cambiar.
—No hay nada más importante que tú —Y esa era justamente la palabra que ella no deseaba oír, no hoy, no ayer… Siendo sinceros, nunca.
Existían dos clases de personas, las que creían en el amor y las que no, personalmente siempre se consideró una fan devota de dicho sentimiento, el problema radicaba en que no lo podía sentir.
Sonrió acercándose a él, con cada paso que daba, percibía la incertidumbre en sus facciones. Y eso era algo que hubiera preferido no ver nunca.
Ella lo había oído gritar, reírse a carcajadas cuando la vencía en Play Station, también se deleitaba cuando él ponía esas caras de asco cada vez que la acompañaba al cine y lo obligaba a ver comedías de amor barato. Sí, todo en él parecía perfecto, casi adorable…
¿Entonces por qué no lo podía amar?
—Vete a casa —sonrió, envolviendo su rostro con las manos y tocando sus labios con un beso— Sé que algo importante saldrá.
Pero no lo sabía, y la ignorancia la mataba, él merecía algo mejor, alguien que lo quisiera de la forma en que ella no podía, pero a la vez no quería que ninguna otra mujer tuviera su corazón.
—Supongo que sí —sonrió forzado, encogiéndose de hombros mientras ella tragaba la que vaticinaba ser su tercera maldición no dicha— Cuídate— terminó él, haciendo un último esfuerzo al sonreírle con su boca tirante, como si ella no acabara de correrle de la casa, como si eso no significara un irrevocable final a su relación, como si no hubiera rechazado hace escazas horas atrás ser su esposa… Como si no hubiera notado que al decir “te amo” ella prefirió contestar el móvil, en lugar de responder como mínimo “Yo también”.
…Como si no hubiera roto su corazón.