Sin poder evitarlo, observé el atardecer declinando frente a mí, tentación, rebeldía y otras emociones se entremezclaban dentro de mí, mientras descansaba la vista en el cielo para no pensar… Resultó. Las tenues líneas ámbar y cobrizas se fundían en una intensa amalgama, haciéndome difícil desviar mis pensamientos en algo ajeno al bello escenario que la naturaleza nos regalaba.
No recordaba haber notado algo más hermoso durante los últimos meses; de hecho, no recordaba haberme sentido realmente feliz hasta este momento.
Finalmente, las franjas cálidas desaparecieron de la periferia, y lo tomé como una oportunidad para cerrar los ojos e inhalar profundo. Al menos, ya no me perdería del precioso ocaso.
 Abrí los ojos y me encontré con su profunda mirada aguamarina, idéntica a la mía.
Sonreí cuando sentí que sus piernas se acomodaban bajo mi espalda. Habíamos pasado horas así, en la misma posición y me extrañó que no se moviese antes.
— ¿En qué piensas tanto? — preguntó, quitando unos cabellos que el viento había trasladado a mi rostro mientras yo giraba mi cabeza sobre su regazo para verle mejor.
«¿Cómo explicarle?»
Me sentía viva, sólo él podía conseguir que me sintiese completamente viva.
— En ti, en mí. En lo bien que se siente estar aquí… contigo, observando este hermoso atardecer.

Sus facciones reflejaban ternura y picardía. Gio no dijo nada más y, sinceramente, no esperaba que lo hiciera. En su lugar, me limité a esperar a que su boca acortase la distancia entre nosotros. Lo hizo.
Sin preguntas ni explicaciones, pues él me conocía mucho más que eso. Era una parte de mí, habíamos comenzado a existir juntos, había comenzado a no poder seguir sin él.
— Eres hermosa, Cassie —, musitó contra mis labios, robándome con su beso hasta el último aliento que me quedaba. 
— Lo dices porque soy igual que tú... — Obviamente, Giovanni no pudo negar mis palabras. En su lugar, volvió a besarme; más lenta y más dulcemente, pero con la misma intensidad. Era inevitable que cediera a su roce, mas aunque lo desease ni él ni yo podríamos cambiar la realidad.

Parpadeé nerviosa mientras él me miraba, Giovanni me abrazó mientras escondía el rostro en su cuello, intentando alejar las imágenes de mi mente sin mucho éxito.
Mi sórdido cerebro, mi enfermiza imaginación, una vez más ambos me jugaban una mala pasada. Sin embargo, había visto lo mismo en sus ojos, lo sabía.
Y es que, queriéndolo o no, siempre seríamos hermanos gemelos. Le conocía mejor que nadie, no se podía luchar contra los lazos de sangre. No existía cura.



Liss.
Beteado por Tamara




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