Prólogo
—Valiente —, susurró con sarcasmo; admitiendo que no era más que una forma hipócrita para definir «Sin salida». Incluso, viéndolo de un modo más objetivo aún, su verdadera guerra la había perdido dos años atrás…
Cuando la vergüenza derrocó a la dignidad y la impotencia subyugó su cordura.
Pasó una mano inquieta por su cabeza y el sudor en su cuello, le recordó que no era el momento ni para el sarcasmo ni para su humor. Tragó un cúmulo de saliva aglomerado en su garganta y casi pudo ver aquel par de ojos claros, pestañeando en su dirección tristes y consternados antes de preguntarle: «¿Qué diablos haces?». 
Preocupados… siempre preocupados.
 Inconscientemente, fue deslizando una mano hasta su pecho, donde el obstaculizado órgano latía a un ritmo anómalo y progresivo, por supuesto llevaba la cuenta exacta de sus latfdos, uno por uno, la cuenta regresiva hasta su hora final.
Pensó en una respuesta hipotética a la pregunta suscitada en su inconsciente, obviando el hecho de que esos ojos claros jamás se referían con tanto amor y preocupación por su persona. Incluso así, con su corazón sangrante y lacerado, con las ganas de morir a flor de piel y las ansias locas por partir lo antes posible de este mundo siniestro, pensó en dejarle algún discurso que le dejase con paz en el alma y sin pobreza de espíritu. Sin embargo, no existía un modo menos duro de decirlo, porque ahora no estaba sino arrojando las cenizas de su yo de antaño, y es que su propio espíritu había yacido quemado hace ya mucho tiempo.
Tragó un suspiro, evitando así el riesgo de que éste pudiera convertirse en un gemido y la probabilidad era alta. Mientras sobaba su pecho, observó con dolor el pasto impreso en sus zapatillas de lona, incapaz de alejar esta vez las imágenes de aquella noche.
—Perdóname —, masculló hacia la nada, pero con la honda necesidad de dejarlo salir, el fuego atroz carcomiendo su garganta, el mismo llanto atragantado de hace dos años atrás estaba a sólo instantes de incinerarle hoy. Mientras tanto, su mirada parecía dejarse arrastrar por las memorias, esos rincones tan siniestros que parecían estar ocultos en lo más secreto de su alma. Hubiera deseado simplemente dar vuelta la página y avanzar, y sólo Dios podría decir por cuánto tiempo lo había intentado, pero sus intentos no fueron más que un pobre ejemplo de ensayo y error. Olvidar era imposible, sobre todo con tantas huellas presentes ahora en su piel.
 Sentía miedo, por supuesto, el temblor en sus manos y piernas le delataba, pero superior era el deseo de olvidar y había tanto que olvidar:
Maldito, miserable, bastardo, egoísta…

Alargaba su estadía frente al árbol y lo sabía, paseándose bajo la sombra de aquel follaje que solía encontrar hermoso, con una soga de escalada descansando en la mano y un anillo en la otra. Se puso éste último, disfrutando el sentimiento de pertenencia más de lo que debería permitirse, mientras observaba el perfecto nudo corredizo que colgaba de la rama más baja, pero aún así ubicada a unos buenos siete metros de altura, los suficientes para cumplir con su propósito.
Realmente extrañaría aquel Castaño.
Observó la soga en su mano y sonrió sin un ápice de alegría, mientras el nudo en su garganta competía dignamente con el que colgaba de la rama. Sabía que era estúpido traer más cuerda, probablemente un acto infantil —si es que quedaba aún algo de eso—, pero prefería prevenir inconvenientes.
La sangre fluía caliente por su cuerpo, con la sensación de adrenalina pura destrozando sus oídos y su corrupta conciencia  no cesaba de hacerle creer que estaba a punto de cometer una de las mayores estupideces de su vida. ¡Como si existiese algo peor de lo acontecido!
Se recordó con una amarga sensación de humillación, que todos los problemas no tenían solución; lo había comprobado de la peor forma y el dolor en su pecho era una clara evidencia. Lo cierto es que le había llevado un tiempo tomar la decisión y más tiempo aún ser capaz de ejecutarla. En las películas se veía fácil, pensó rodando sus ojos, saltabas de una viga y ya estaba.
 «Listo», «Terminado», «The End»
En la vida real no era tan simple tenías que encontrar una vía rápida, que no diera espacios a dudas ni a interrupciones de última hora. Más difícil aún era reunir el coraje.
Matarse era una cosa, renunciar a quien amabas…
Bueno, en su caso no era un gran lío, después de todo lo había hecho hace demasiado tiempo. 
¿Renunciar?, ¿Realmente, había conseguido eso?
Negó, sintiendo los ojos escocer a causa del recuerdo y negándose a dar demasiada importancia a la situación que había gatillado su actual infierno. No se merecía que sus últimas memorias fueran en retroceso a esa fatídica noche…
No, no lo valía.
Cuando se dio cuenta que había comenzado a jugar inconscientemente con el anillo en su dedo, la sensación de vacío en su cuerpo se incrementó, volviendo su actual estado de impotencia a uno incluso peor.. Clavó ambos ojos en las tristes hojas del Castaño y decidió que en una noche oscura, podrían pasar perfectamente por unas de marihuana, sólo que tres veces más grande. Sonrió con tristeza, admitiendo para sí que no se parecían en absoluto, a excepción de su forma estrellada, eran la clara diferencia entre el bien y el mal.
Era una lástima que hubiese errado el camino hace mucho tiempo…
Súbitamente, permitió que sus dedos se aferrasen a la soga con una presión que no podía ser catalogada con otra palabra más que brutal, manchando de sangre la cuerda.
Aquello se sintió mejor… ¿Era lo justo no?
Morir desangrado le había parecido demasiado macabro y un disparo estaba fuera de juego, sabía que dudaría. Por otra parte, las pastillas para dormir en exceso habían resultado una oferta tentadora, excepto que siempre podrían encontrarle a tiempo y no quería que un lavado de estómago postergara su vía de escape.
—Demonios —, escupió con nerviosismo, observando las gruesas ramas y apreciando la áspera textura de la cuerda en sus manos y por supuesto, sabiendo exactamente como se sentiría alrededor de su cuello. Repasó con sus dedos las líneas que sabía ahora eran de un notorio rosado. Había estado ensayando un par de veces durante la semana, pero no fue hasta la noche anterior que todo cobró sentido… 
Finalmente, eliminó la distancia existente entre el árbol y su cuerpo, mientras una solitaria lágrima escapaba de su ojo ante el súbito pensamiento que le asaltó con ironía.
Parecía justo que todo acabara en el mismo lugar donde inició.